DIOSES ANTIGUA ESPAÑAEntre los griegos existía la creencia de que el mítico Hércules había tenido dos hijos, llamados Celtus e Iber, de quienes descendían los iberos y los celtas. Este es un modo muy peculiar de expresar que:

1- Los celtas e iberos poblaron España. Tras cruentas y largas guerras llegaron a una convivencia pacífica.

2- Para los clásicos, Heracles era el dios y señor de España.

No le debe resultar extraño al lector afirmación tal. Ya Hegel explicaba en sus cátedras que, así como existe un Espíritu o Idea que anima e impulsa a los seres humanos, existe una Idea Alma que promueve el devenir histórico de las naciones. Él lo llamó Volkgheist (literalmente, «espíritu del pueblo»). Sin duda, el alma de España fue conceptuada como «aquello» que podemos asimilar tanto a Hércules como al dios de la guerra, Marte. También fue relacionada con el dios de la muerte, Dis o Plutón, por hallarse en el extremo occidental del mundo, donde muere el Sol.

Ulpiano señala una ley de Octavio Augusto en que nombra guardianes y protectores divinos en siete provincias de su Imperio, y da a Hércules el gobierno de España.

Se dice que el culto de Hércules fue introducido por los fenicios en España. Este Hércules era el nombre romano del dios Saturno o Baal-Melkart, regente del tiempo y las pruebas. Pero los mismos historiadores griegos y romanos hablan de una antigüedad para los iberos bastante mayor de la que ahora establecemos. Y es que hay problemas con la denominación de «iberos». Para algunos clásicos, los más, es un nombre genérico de los moradores de Iberia, la tierra occidental, y los identifican con las colonias que los primitivos atlantes establecieron en la Península. También con los tartésicos o turdetanos, y asimismo con los combatientes que finalmente se amalgamaron con la corriente celta procedente del norte. A estos añadiremos a los ibero-egipcios, que debieron de proceder de una provincia egipcia en el periodo de las primeras dinastías, época protohistórica que queda reflejada en los autores clásicos, que se refieren a Osiris como Rey de España.

Lo cierto es que, para los clásicos, los iberos fueron los más antiguos pobladores de Iberia y dieron nombre a la Iberia asiática, una de sus colonias en el Cáucaso. Que la Magna Iberia se extendía del Ródano a la desembocadura del Garona y las Columnas de Hércules. Que los iberos pasaron al norte de África y la colonizaron aun antes de la llegada de los fenicios. Afirman que incluso conquistaron Italia y llegaron hasta Sicilia, donde sus descendientes tomaron el nombre de sículos. El historiador griego Eforo llega a afirmar –exagerando un poco, quizás– que fueron los primeros pobladores de Sicilia, y que esta misma raíz ibérica es la que dio origen a oscos, etruscos y ausonios, que estuvieron presentes, incluso, en la fundación de Roma. Según estos mismos autores clásicos, los ligures, que encontramos asentados en Italia desde la protohistoria y a los que se atribuye la construcción de dólmenes, menhires y cromlechs, son de Iberia. La prueba es que el carbono 14 da la mayor antigüedad precisamente a los dólmenes y menhires de España y Portugal, 5000 años a.C.

Poco sabemos de los dioses a que rendían culto los iberos: breves referencias de los clásicos comparándolos con sus propios panteones e inscripciones en caracteres latinos. Dioses como Melkarte, el Heracles fenicio, o Tanit, Venus guerrera, son pervivencias de cultos que se prolongarían hasta la época romana. Los egipcios, extendidos por toda la Península, encontraron gran auge en época romana, especialmente el de Isis. Los hallamos incluso en la etapa ibero-fenicia y quizás sean muy anteriores. Dioses celtas como Cernunno, el Sol-Ciervo, o el culto a las bifaces o dioses Hacha son comunes en toda la Celtiberia, pero no parecen originales iberos. Lo mismo se puede decir de la omnipresente esvástica.

Importa destacar el culto a la esfinge egipcia, representación de la Naturaleza que fija y prueba, y del «terror sagrado» del alma ante el Misterio. Aparece coronada con casco del Alto y del Bajo Egipto. En las representaciones aparece posada sobre las tumbas y parece ser la montura que lleva al difunto al más allá. Sobre el culto a los grifos, los guerreros iberos se enfrentan a ellos traspasadas las puertas de la muerte. Aparecen grifos también para custodiar los recintos sagrados, así como representados entre lotos y tallos que rebrotan, como símbolo de la pureza y el vigor de la primavera.

El grifo guarda en sí el significado del fuego y del sol radiante. Es el águila en el cielo y el león en la tierra. Quizás en una clave psicológica represente  la voluntad  o Yo- Destino del guerrero, el que lleva a la realización de las pruebas. Es el protector y el guía, pero también el implacable juez que prueba.

Encontramos lotos que se abren y se cierran, como el latido de la vida, o como la encarnación y reencarnación del alma.

También aparecen leones a la manera hitita, flanqueando, como guardianes de piedra y fuego, los ángulos de los monumentos funerarios, como el de Pozo Moro en Albacete. O leones sobre palmetas, mirando hacia atrás (apotropaicos), deteniendo al que ose profanar el santuario.

Cuando los romanos llegaron a Hispania, el otrora Imperio ibérico yacía desgarrado por luchas internas: tribus contra tribus, hombres contra hombres, sin reyes poderosos que dieran firmeza y estabilidad a esta confederación de pueblos guerreros. Sin embargo, aún persistían los valores propios y su concepción de la vida: el culto al valor, culto a la guerra y a la muerte, un fuerte sentido de la aristocracia y la dignidad, culto a las armas.  Dicen los clásicos que de los iberos nos vienen los nombres de espada, lanza y anillo, siendo la primera famosa por su buen temple. Para probarla se la ponían sobre la cabeza y sujetaban los extremos con ambas manos, encorvándola hasta que llegase a los hombros. Los romanos la adoptaron con el nombre de gladius hispaniensis, aunque perdiesen la vinculación mágica que la unía a su dueño. Los guerreros iberos preferían la muerte a tener que entregar sus armas: Falcata y soliferrum eran incinerados junto con el difunto, para que pudiese seguir usándolas aún más allá de la vida. El significado de «Falcata» es el de «compañera» o «bienamada». Se han encontrado falcatas con inscripciones y grabados mágicos en plata. Una de ellas procede de Almedinilla (Córdoba), con un ave en fibras de plata grabado en la punta. Muestra líneas curvas, eses, líneas quebradas y pequeños triángulos estampados. Es notable también la que se halla en el Museo de Prehistoria de Valencia, doblada –quizás por tratarse de una ofrenda funeraria– y con una inscripción en ibérico. Líneas onduladas, hiedras y corazones entrelazados y series de triángulos graban sobre su frío hierro ideas milenarias y profundas.

También aparece en aras y monumentos funerarios el jabalí, motivo que encontramos perpetuado hasta la Edad Media, por ejemplo en la sepultura de Andrade en la iglesia de San Juan en Betanzos, el doble jabalí de Pozo Moro, la caza del jabalí en carros votivos y hasta representado en una cacería sobre la hoja de una falcata, símbolo quizás de la actividad ininterrumpida del alma, que permite atravesar, sin daño, los umbrales de la muerte.

El culto al toro, símbolo de vigor, de energía vital y telúrica, es una reminiscencia atlante que hermana la Iberia legendaria con los reyes minoicos en Creta. Dice Plutarco que los romanos heredaron de los iberos el culto a Neptuno, y es que a este dios del mar y de los movimientos de tierra se le veneraba en la Atlántida, como nos refiere Platón, con sacrificios de toros. Aún sobrevive en el folklore popular la memoria de viejos ritos y fiestas varias en relación con el toro, como el toreo caballeresco o el toro nupcial. Y es que cuando los escritores clásicos relacionan el trazado de España con la piel de toro, se refirieron tanto a las tierras como al alma. Desde los Toros de Guisando en Ávila, que miran ponerse el sol en la montaña occidental, y con el antiquísimo símbolo del rayo sobre las aguas grabado en la piedra de su lomo izquierdo, hasta el toro de Azaila en  Teruel, toro de bronce con flor abierta en su frente, o las máscaras de toro en rituales de la Edad de Bronce o en las pinturas rupestres de Despeñaperros, o en las monumentales cabezas de toro de Castix (Baleares) en el interior de un templo rectangular, o los cuernos de bronce y de hierro en cuevas de Menorca y en poblados talayóticos. También se rinde culto al toro en lo alto de pilares-estela, como el de Monforte, de clara influencia egipcia por su cornisa de media caña y esquemas de falsas puertas. Toros con cabezas humanas, esculpidos en piedra o grabados en monedas, imagen de los primitivos reyes tartésicos y que originaron el mito de los arsentauros (hombres-toro), que se convirtieron finalmente en los centauros.

El ardor guerrero y el culto a la noche se dibujan en la presencia del lobo. Es el perfecto símbolo del guerrero y del guía en el más allá. Los iberos lo esculpen en el escudo o en el peto, para que el enemigo vea el verdadero rostro de quien les ataca. Es el «carnassier», la suma de fuerzas instintivas en la naturaleza que el audaz debe dominar, como en la vasija ibérica de «El joven y el lobo»  de la Alcudia: el joven sujeta a un lobo descomunal por la lengua, y mientras la fiera se debate, le mira cara a cara: rosas sobre el joven, eses bordeando toda la vasija y espirales con brotes dicen de la tensión y belleza de este acto, posible representación de un rito iniciático.

También sobrecoge el lobo de «El Pajarillo», con orejas gachas y en el estado de vigilancia que precede al ataque, estilizado y guardián, a la manera del Anubis egipcio. Para los estudiosos del simbolismo ibero, el «carnassier» es «la divinización que expresa un principio masculino, invocado en el ajuar funerario.

También se representa a este dios aureolado por dientes de lobo, o en el collar espejo de una de las damas oferentes del Cerro de los Santos. La piel de lobo debe ser el mayor distintivo del guerrero ibero: así aparece en la tapa del sarcófago ibero en Jaén una imagen en piedra de una piel de lobo.

Con la eficacia y valor de los lobos se comportaban los iberos en la guerra. Como los lobos, sirven a un jefe que ha demostrado su fuerza; servían los iberos a quien hubiese destacado en fuerza y valor. Los más destacados entre los guerreros se juramentaban a servirle en la vida y en la muerte, a cabalgar con él en las rutas visibles y en las ocultas en un sacrificio permanente de sí mismos, pero también en una fiesta del espíritu. Se convertían en solidurios, fraternidad místico-guerrera, unidos por juramentos ante los dioses infernales. La palabra en la que derivó, solidaridad, es una sombra del elevado concepto de entrega y dación de estos guerreros hermanos de la muerte. No es difícil ver sus rostros impávidos ante ella en el conjunto de las figuritas votivas de Despeñaperros, pero esto merece un estudio más detenido y profundo.

De las inscripciones y citas de los clásicos nos encontramos con:

ADA-EGINA, ATTACINA, ATAECINA: diosa de la noche y de la «Luna que mata». Porta una rama de ciprés y aparece rodeada de cabras. Diosa infernal, es, como la Proserpina griega,  señora de la Muerte.

ENDOVELICO: Entre los lusitanos, dios de la medicina. Cura a sus pacientes a través de sueños y oráculos en los templos-sanatorios donde se le rinde culto. Su nombre ha sido traducido como el NEGRO-NEGRO, dado su carácter infernal, o como el MUY-BUENO. Se le representa por el jabalí, la paloma y la corona de laurel. También con una rama de pino y flanqueado por genios alados, uno de ellos con antorcha.

ANDERA: La diosa Hera, la Señora o Regente de la Tierra.

NETON: Que celebraban los iberos pronunciando grandes juramentos. Dice Estrabón que aparece como un Marte con rayos. El mismo nombre significa «lo que no tiene partes», «lo que es puro, perfecto», «lo que no se corrompe». En celta, «neto» significa «guerrero».

NOCTILUCA: diosa de la Luna o de la luz nocturna. Quizás la Divinidad Innominada a la que los celtíberos rendían culto en las noches de luna llena, con danzas que se prolongaban hasta el amanecer.

 

JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ