Parsifal juró no anhelar la dicha hasta encontrar el Santo Grial. Debió venir a Valencia.

Me encuentro en su catedral, entre sus grandes tesoros. Estoy tallado en sardónice y me adornan oro, perlas, rubíes y esmeraldas. Pero no importa mucho mi forma; es mi historia lo que os quiero contar. Una historia que empieza hace 600 años.

Grial de ValenciaEn los últimos de 1399, el Padre Prior del monasterio de San Juan de la Peña me ofreció a Martín el humano, rey de Aragón. en la Aljafería de Zaragoza estuve hasta que Alfonso V me llevó a Valencia.

A España había llegado en el siglo III, y recorrí varios monasterios. En el siglo XI Ramiro II el Monje me confió a los monjes de San Juan de la Peña. Éste es uno de los grandes escondites que existen: oculto bajo un saliente de un enorme risco, nada indica su existencia a menos de cinco metros. Aquí estuve a salvo de los moros que saqueaban las tierras bajas de Aragón.

Mi presencia en este mágico enclave dio lugar a una leyenda local que pudo influir en los Contes du Grael de Chrètien deTroyes, y en el Parzifal de Eschenbach: ambos hablan del lejano castillo de Munsalvaesche, Monte-Salvaje. Yo sé que era mi escondite.

Se me ha relacionado, además de con el Cáliz de la Última Cena, con el cuenco en que José de Arimatea recogió la sangre de Cristo, con la fuente mágica ga-lesa que provee de alimentos, con el sagrado betilo que cayó del cielo. En España se presumen griales en Monte Cebrero, en Oviedo, en San Pedro de Roda, en Liébana, en Santillana… Sólo yo sigo reclamando el título de Santo Grial.

No me ha reconocido como auténtico la Iglesia Católica. Y los historiadores del arte dirán que soy del siglo X por mi forma, pero mi parte de metal parece más del XIV.
Qué más da. Estoy hecho de sardónice, roca volcánica, nacida de lo mas oculto de la tierra.
Soy semilla de transmutación y de perfeccionamiento. Soy el cuenco de la eterna vida, la esperanza de pureza, el móvil ultérrimo de los caballeros, de Perceval, del Bien.

Soy, en último término, vuestro corazón.