ANDALUCIA GRANADAEn el orden alfabético propuesto, nos trasladamos a Granada, con su Albaicín, su Bib-Rambla y su Castillo Rojo, Alhambra. Nazaríes, fatimitas, omeyas, bereberes y todas las tribus del Profeta suspiran con Boabdil por la pérdida del fruto de sus amores al que una reina cristiana prometió arrancarle los granos uno a uno.

Ya se dijo que las culturas prehistóricas de Almería se extendieron por Andalucía hasta Granada. En la propia provincia nos encontramos con la ciudad ibérica de Ilibarri (Elvira), sobre cuya ubicación exacta no se ponen de acuerdo historiadores ni arqueólogos, aunque no se duda de su existencia. En el suelo granadino se reúne un mosaico de microclimas, que van desde las nieves eternas de Sierra Nevada, pasando por el pico más alto de España, el Mulhacén, hasta las vegas más cálidas de Europa en Motril y Almuñécar, con cultivos tropicales como la caña, el tabaco y frutos variados. Es una pequeña Mesopotamia con sus ríos Genil y Darro, de escasa entidad, pero suficientes para aflorar toda suerte de corrientes subterráneas que, como hemos tratado de esbozar, encantan y cautivan con su fuerza de seducción al ser que se posa en su superficie.

Fijémonos, como punto de arranque, en las catacumbas del Monte Sacro (el Sacromonte), punto de llegada y habitación desde muy antiguo de gitanos, que encuentran allí el escenario adecuado para sus ritos y vivencias, sin romper la característica un tanto troglodita que impone el lugar por sí mismo. Es tradición que Pedro envió a España a los siete varones apostólicos, de los que tres (Cecilio, Isio y Tesifón) sufrieron martirio junto a otros sacerdotes locales. El punto de reunión eran estas catacumbas, que se hallaban entre una tahona y una calera. Los romanos sorprendieron una de estas reuniones clandestinas y arrojaron a siete en la calera y a cinco al horno. Para evitar la profanación de sus cenizas, sus discípulos sellaron el lugar, relataron en unas láminas de plomo alquitranadas la odisea, y dichas planchas se ocultaron en el hueco que dejaban dos piedras, una blanca y otra negra, que arrojaron al río.

Hacia 1500, unos buscadores de oro se extrañaron de tan rara piedra y, encontrando la falla de pegadura, la abrieron, enviaron las láminas de plomo a Roma, que dictaminó su autenticidad (y se quedó con ellas devolviendo una réplica), y el obispo Pedro Vaca de Castro desenterró el lugar, comunicó calera y horno de pan y erigió un templo, que dio origen a la actual abadía. Las catacumbas son visitables un par de días al año, y las piedras-estuche adquirieron poderes sobrenaturales, ya que la mitad negra es la gran casamentera de Granada.

Las jóvenes, el día de San Cecilio, iban a sentarse sobre ella para obtener marido. Como quiera que la piedra semiesférica con un agujero en el centro recordaba peligrosamente la forma de un inodoro con la chica sentada y todo, la autoridad eclesiástica, para evitar bromas indecorosas, mandó voltearla y que las jóvenes se limitaran a besarla. El efecto sería el mismo. No tengo noticias de que se mandase instalar un espejo junto a la piedra para que las jóvenes aquilatasen mejor sus posibilidades de enganches. Pero no termina aquí el derroche de magnanimidad de «lo alto», pues parece ser un caso único en el mundo que la otra mitad, o sea la piedra blanca, tiene la virtud contraria, es decir, ayudar a deshacerse de un matrimonio que pueda resultar pesado y tal vez larguito. Comentan los guías del lugar (posiblemente en broma, pero quién sabe) que al pasar los visitantes han visto a más de una mujer empujar a su consorte con disimulo para que roce dicha piedra. Para los hombres no hay ventajas. Se ve que ya estaba en germen el movimiento feminista mundial.

Entre bromas y veras, tenemos un montón de símbolos ocultos: la cueva, la dualidad blanco-negro, el subsuelo entre dos ríos y un largo etcétera. El carácter del granadino varía según varía su ubicación, pues hemos apuntado la variedad de microclimas que se reúnen en poco espacio, y no parece dudoso que el ser humano es una planta que se adapta al terreno, que le soporta tanto en lo externo como en lo interno. Este tipo de territorio es muy proclive a producir fenómenos esotéricos colectivos. Los talismanes, amuletos y ceremonias proliferan.

Pero es tan acusada la influencia árabe que podríamos afirmar que aún hoy no se han terminado de cristianizar del todo muchas de las vivencias de la querida provincia granadina, y se conservan situaciones un tanto ambiguas. Referiremos a modo de ejemplo el Cristo del Paño en Moclín. Es un lienzo con un Nazareno en una caída que a un cierto sacristán curó de cataratas, paños de ojos, al mero contacto con el lienzo. Aún hoy se sigue sacando al Cristo en procesión y hay verdaderas batallas por tocarlo, ya que se le atribuyen cualidades mágicas solo por el contacto. Esta procesión ha estado varias veces prohibida por la jerarquía religiosa, pero siempre ha podido más el fervor popular, que pone su fe donde le viene en gana sin importarle demasiado la forma. Hasta puede relatarse un preludio de linchamiento de un sacerdote, que constataba la cantidad de nacimientos que se producían a los nueve meses de tales procesiones y rogativas y denunciaba los espectáculos poco acordes con la moral que se producían en los alrededores de la ermita, ya que no dudó en calificar tal manifestación de bacanal romana, en nada concordante con la pretendida devoción a un Cristo, usado como talismán de la fecundidad. ¿Es que este ingenuo presbítero ignoraba que la mayoría de las romerías y fiestas pretendidamente religiosas son de procedencia «pagana», y la fecundidad es muchas veces el motivo real de su celebración?

Me viene a la memoria un verso de una sevillana muy conocida que dice: “¡Ay, si los pinos hablaran!”. Y me atrevo a añadir: “…si hablaran las paredes y muros y alrededores de muchas ermitas, humilladeros, capillas, templetes y otros monumentos…”. La mala fe de unos pocos siempre debería ser tenida en cuenta para que no se sorprenda la buena fe de muchos. Hay tantos ejemplos que, preferiblemente, cada uno elija el que de seguro está pensando en este momento. Si es exceso de suspicacia por mi parte pido perdón por ello, pero no me desdigo de lo manifestado.