Nueva Acrópolis - María ZambranoEstamos tan escarmentados de habernos desencantado tantas veces, que nos hemos quedado un poco solos y no nos atrevemos a confesar que necesitamos maestros. Maestros de vida, que nos ofrezcan esas claves que sirven para movernos por los laberintos y desentrañar el sentido de las cosas.

Seres que hayan logrado integrar, aunque solo sea una pequeña parte de la inmensa sabiduría a su manera de vivir, para hacernos saber que tal cosa es posible y que los sabios no están solamente refugiados en el pasado lejano, sino que pueden encontrarse en la experiencia cotidiana. Pero estas enseñanzas no se imparten en centros educativos, ni se contienen en los planes de estudios de las academias, sino que fluyen en momentos inesperados, como si esa necesidad de encontrar a los verdaderos maestros dirigiera nuestra búsqueda hasta personas y nombres precisos que nos abrieran las puertas hacia nuevos horizontes vitales. En la biografía no escrita de los que buscamos se reseñan encuentros de este tipo, momentos en los que una nueva velocidad se activa en nuestros pasos, una seguridad de haber descubierto algún nuevo camino, o quizá un atajo para llegar antes a las respuestas que esperan nuestras preguntas.

Muchos de esos maestros tan particulares, que nos desvelan los misterios de la existencia, o del destino, viven, pero no físicamente, a nuestro lado y los encuentros con ellos se producen en algún rincón del alma, a través de las palabras que nos dejaron escritas. Por eso es fundamental que se fomente el hábito de la lectura, porque es una forma segura de facilitarnos el encuentro alguna vez con esas almas grandes que hicieron antes ese trabajoso camino hacia el sentido.

Este año, con la celebración del centenario del nacimiento de María Zambrano se puede abrir para muchos esa posibilidad tan valiosa de crecer por dentro. Su obra nos descubre que la filosofía y la poesía son los mejores alimentos para dar vitalidad a esos rincones oscuros del alma, tan abandonados en nuestros trasiegos cotidianos.

«No hay que arrastrar el pasado ni el ahora; el día que acaba de pasar hay que llevarlo hacia arriba, juntarlo con todos los demás, sostenerlo. Hay que subir siempre», dice en «La Tumba de Antígona».

Hay un saber muy antiguo y eterno en las palabras poéticas y filosóficas de María Zambrano, una facilidad para nombrar lo innombrable y hacer visible lo invisible, para hacer sencillos y bellos los misterios, cercanos y comprensibles. En estos tiempos inciertos es una guía segura para encontrar salidas a nuestras perplejidades.