La llegada de la primavera parece activar ciertos resortes y son muchos los medios de comunicación que dedican espacios al arte poético, en un loable intento de fomentar una afición por lo demás bastante precaria. A juzgar por las encuestas que han hecho públicas algunos medios, la mayoría de los consultados apenas si eran capaces de citar el nombre de un poeta, lo cual no quiere decir que conocieran su obra. Bécquer y Antonio Machado eran los únicos que se salvaban de la indiferencia y el olvido, según tales sondeos.

Si ya son pocos los lectores de libros en nuestro país, a pesar de que no lo son los títulos que se editan, mucho más escasos aún son los que incluyen entre sus hábitos culturales la poesía. Cabe pensar que muchos menos aún cultivan esta expresión literaria de manera práctica, bien porque nunca se les pasó por la cabeza tal posibilidad o porque nunca aprendieron esa forma de lenguaje que pone palabras, con ritmo, con belleza evocadora a los sentimientos, a las vivencias del alma.

No es que se trate de una actividad elitista, es que somos pocos sus practicantes. Con demasiada frecuencia, tendemos a considerar ciertas actividades creativas como algo ajeno a nosotros y por esta razón perdemos la oportunidad de vivir experiencias muy enriquecedoras y benéficas. Y sin embargo, sabemos ahora que la experiencia práctica del arte, de cualquiera de las artes, contribuye a incrementar nuestra actividad cerebral y por lo tanto desarrollar nuestras potencialidades latentes.

Practiquemos entonces la poesía, primero descubriendo a los poetas auténticos y conociendo sus obras y luego, por qué no, intentando seguirles por el camino de la creación. Con toda humildad y sencillez, tratemos de encontrar al poeta que todo ser humano lleva dentro, como intérprete de las cosas divinas, que dirían los clásicos, buscando la belleza en ese lenguaje que busca lo esencial y condensa en breves palabras toda la intensidad de lo sentido y vivido.